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La casa de cartón

  • Luisa Baracaldo
  • 16 nov 2015
  • 3 Min. de lectura

“…Pero el lobo sopló y sopló y la casita de madera derribó…”


La historia de Los tres cerditos me hace recordar que los verdaderos cimientos de una casa determinan el futuro de quienes la habitan, puede ser tan frágil como la paja, tan flexible como la madera o tan fuerte como el ladrillo, pero son los momentos, las locuras, las carcajadas, el juego a “las escondidas” o hasta las reuniones para el ajiaco de navidad, los que hacen único el paso o la estancia en esa casa, “sin importar que sea de cartón” como la llamaba Víctor, el hijo menor de la señora María.


¿Es posible enamorarse dos veces? fue lo primero que pensé mientras escuchaba su historia, oírla hablar me estremecía el corazón, la ternura de su voz y la alegría de su rostro me impresionaron al contar sobre Mario, al instante en que lo vio descubrió que el amor a primera vista si existe y es ese por el que se espera nueve meses: su primer hijo.


Con la llegada de sus cinco “retoños”, como les dice a sus hijos doña María (una mujer de 67 años de edad nacida en Zipaquirá, quien pintó de muchos colores su vida siendo arriesgada y a la vez serena para tomar decisiones), y la situación económica precaria en la que se encontraba, la llevó a ser un agente de cambio en su ciudad.


“(…) Cincho chinos, mi esposo enfermo y sin trabajo, me tocaba hacer algo, no podía esperar que todo me cayera del cielo (…)” es este el momento en el que María, siendo joven y sin haber terminado la escuela, junto con un primo deciden buscar nuevas oportunidades, de esta manera, un conocido de la familia les hace la propuesta para que los dos reciclaran y él les compraba el material a “buen precio”, sin tener otra opción inician en el negocio, “(…) al comienzo se recogía una caja entre cartón y plástico, que pesaba dos kilos, eso sí, tocaba caminar muchísimo (…)” .


Todo el material era llevado a la casa de María, se guardaba por quince días y luego se vendía, Yaneth, Carlos, Gustavo, Aldemar y Víctor jugaban en las noches con las cajas de cartón, se acostaban sobre el plástico, construían grandes casas con el material y se quedaban dormidos en ellas día tras día, semana tras semana.


A pesar de que ellos ya tenían establecida la ruta del camión recolector, hubo días en los que la tardanza era antagonista y la jornada se caracterizaba por la ausencia de trabajo, y por ende, de alimentos para los pequeños. La necesidad económica no perdía paso con esta mujer, la misma escases que le permitió conocer de Dios y transformar su visión del reciclaje donde ya no lo concebía como solo un trabajo sino como un aporte a la naturaleza, a su familia y a muchos que ni conoce.


Los años pasaron y se dibujaron en sus manos un tanto arrugaditas, su espalda encorvada por la fuerza del trabajo, los pliegues en su rostro como prueba de las muchas historias que tiene por contar María, quien por causa del destino llegó al mundo del reciclaje, convirtiendo el papel, el cartón y el plástico en miles de posibilidades para hacer sonreír a sus nietos; y aunque ya no vive directamente del reciclaje, les enseña a sus nietos sobre la importancia de cuidar y reutilizar, esto constituye a María como una mujer guerrera.


 
 
 

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Movimiento universitario que promueve la protección al medio ambiente enfocado en el reciclaje del papel en el contexto estudiantil.

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